Las acciones que muchos hemos cometido como copiar en un
examen, hacer trampas en un juego, mentir por llegar tarde a una cita… Al
principio este tipo de actos nos cuesta llevarlos a cabo ya que nuestro sentido
de moralidad hace que después de cometerlos nos sintamos mal. Sin embargo con
el tiempo superamos el sentimiento de culpa inicial y sucumbimos a la tentación
de volver a engañar. La desagradable sensación que causa la falta de honestidad
se atenúa con el tiempo hasta que ya no le prestamos atención.
El hecho de que la segunda mentira duela menos que la
primera y más que la tercera tiene una explicación neurocientífica. La amígdala
(estructura cerebral que controla las emociones) no tiene una actividad
constante. Al mentir y engañar, la amígdala genera una respuesta emocional
negativa que nos frena, pero a medida que volvemos a caer en la tentación de no
ser honestos la reacción de la amígdala se atenúa. Este proceso hace que
nuestras neuronas (las cuales hacían que nuestro corazón latiese más rápido, que
nos sudasen las manos…) se adapten al engaño.
La situación empeora si eres rico o poderoso, ya que cuanto
mayor es el estatus de una persona, es más propenso a mentir, engañar, robar.
Sobre todo si es en su propio beneficio. Por el contrario es más probable que
un individuo de bajo estatus se salte los códigos morales para beneficiar a
otra persona.
http://www.elmundo.es/papel/todologia/2017/05/22/5922be9c268e3e5a3b8b4632.html
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